Religión, ciencia y progresismo
En estos tiempos, donde el progresismo, esta ideología disolvente del ser humano, plantea posiciones utilitaristas —es decir, que no toma decisiones morales sobre el bien o el mal, sino sobre lo útil y lo inútil—, estas posturas relativistas, que niegan verdades absolutas, han tenido un impacto enorme y muy negativo en nuestra sociedad.
Vamos a abordar dos aspectos: uno, el conocimiento. ¿Por qué es importante para la comunidad tener acceso a este conocimiento? Vamos a estudiar y analizar un poco este concepto de conocimiento. Y, también, muy importante, la relación entre razón y fe, entre ciencia y religión.
No existe ningún conflicto, como se quiere presentar hoy, de que el creyente es, básicamente, una persona inhabilitada mentalmente para la ciencia. Si hablamos desde nuestra convicción, desde el punto de vista católico, bíblico, evangélico, la Biblia nos dice:
1 Pedro 3:15: "sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros"
Entonces, entendemos que todo comportamiento, que toda postura, obedece a un conocimiento, sea este bíblico, político o económico.
El conocimiento es vital. De hecho, es parte de nuestra alma, es parte de lo que nosotros somos, y no podemos dejarlo de lado. En el conocimiento —sea del tipo que sea, incluso en los avances científicos— está la gloria de Dios. O sea, Dios está en todo lo que el hombre puede descubrir, en lo que la ciencia logra determinar.
Por ejemplo, el trabajo del código del ADN, el mapa del genoma humano, que tomó tanto tiempo y que fue dirigido por Francis COLLINS, un creyente, es una maravilla. Entender la complejidad del ADN da mucho gozo. El conocimiento es fuente de alegría.
La aventura del saber: https://www.rtve.es/play/videos/la-aventura-del-saber/aventura-del-saber-sirve-conocer-genoma-humano/6515036/
Este conjunto de nucleótidos —adenina, timina, citosina y guanina— conforma la palabra, el logos más grande de la historia: el ADN, esa cadena que fabrica y copia.
Cómo el logos, la palabra, está presente incluso en la genética. Y aquí ya podemos empezar a conectar el aspecto religioso con el científico.
En estos tiempos, donde el progresismo —esta ideología disolvente o este conjunto de ideologías disolventes del ser humano— plantea posiciones utilitaristas, es decir, que no toma decisiones morales sobre el bien o el mal, sino sobre lo útil y lo inútil, estas posturas relativistas, que niegan verdades absolutas u objetivas, y el materialismo, que niega que el ser humano tenga una dimensión trascendental o espiritual, han tenido un impacto enorme y muy negativo en nuestra sociedad.
El progresismo lo hemos notado desde hace unos años, especialmente con lo que ellos querían implementar como ideología de género: una mentira bien etiquetada y bien empaquetada.
Por ejemplo, lo que dijo Gramsci, un marxista y comunista, quien planteó que ellos debían copar todas las instituciones. Es decir, la revolución debería implementarse mediante un copamiento sistemático de estas instituciones y un lenguaje totalitario.
Pero eso, lejos de avasallarnos, ha despertado nuestra curiosidad. Y ahora vemos a una juventud……que va a las fuentes. O sea, una juventud que está investigando, que está estudiando, que se preocupa por estos temas. Antes realmente no había mucha noción de los temas filosóficos. Es más, parecía algo relegado a la historia. Sin embargo, ahora entendemos que sí necesitamos conocer esos temas.
Es interesante esta observación porque, irónicamente, quienes asumen posiciones «pro-ciencia» recurren a argumentos y justificaciones completamente anticientíficos y totalitarios. Es absurdo. Esta fantasía de concebir al ser humano como un ser que no tiene una verdad objetiva en su naturaleza es el disparate más grande. Hasta un niño de cinco años puede diferenciar entre un hombre y una mujer.
Sin embargo, ahora gradúan de Harvard, Yale, Stanford y Oxford a personas con doctorados en «estudios de género», «estudios queer» y «estudios de raza», y salen completamente invalidadas mentalmente. Estas personas, mediante sofismas, intentan interpretar una realidad que es autoevidente: que el hombre tiene una naturaleza, que la mujer tiene una naturaleza, y que somos distintos pero complementarios. Ahora se trata de borrar todo eso.
Luego, cuando los hermanos entendieron el fenómeno y todo aquello contra lo que estábamos luchando —porque ahí estaban involucrados directores de medios, políticos, opinólogos, intelectuales de todo tipo—, la avalancha era muy grande. Gracias a Dios, el pueblo salió a combatir todo esto y logramos frenarlo.
Este tránsito, este tema del que estamos tratando: al inicio la gente no sabía, no sabíamos. En general, intuíamos que algo estaba mal.
Y esto tiene más de 35 o 40 años. Claro, esto tiene raíces en el postmodernismo francés. Uno puede remontarse al existencialismo de Sartre. Es decir, aquí tenemos incluso décadas de gestación y fermentación de este mal.
Este desconocimiento que todos teníamos al principio, nos pilló desprevenidos. Y aquí entra la importancia del conocimiento. Cómo esa intuición de que algo está mal —de que este conjunto de políticas está mal— necesita algo más. La intuición no es certeza. La intuición demanda conocimiento, demanda investigación.
Por eso, la gente debe entender la importancia de iniciativas culturales. Se trata de transitar, a través de la adquisición del conocimiento, hacia la certeza. Entonces, ya es imposible que puedan contraargumentarnos cuando sabemos cómo responder. El saber nos permite ver y entender las reales intenciones detrás de estas agendas.
«Ya es imposible que puedan contraargumentarnos cuando sabemos cómo responder«
La juventud, tiene hambre y sed de conocer. El conocimiento no es un hobby, no es un lujo, no es un elemento opcional. Es imprescindible.
Jesucristo lo dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Para nosotros, el conocimiento es parte de la verdad. Lo que estamos conociendo, valga la redundancia, al tener acceso a toda esa información, es la verdad.
“Si conozco algo de primera fuente, ya no me van a engañar”
Investigamos quiénes fueron los que lo plantearon, cuáles son las concepciones originales, … El conocimiento es participar de la verdad.
La Biblia, además, ofrece respuestas a los dilemas y las inquietudes de las personas. Da certezas, guía moral y aporta un compás para el tránsito de la vida.Pero hay que considerar que el lenguaje celestial y el lenguaje terrenal no son los mismos. No están diseñados para lo mismo.
Muchas veces nos dicen: “Demuestra científicamente esto”. Y yo respondo: “La Biblia no es un libro que trate de demostrar nada científicamente. Dios afirma, pero para eso está la ciencia”. Entonces, ambos se complementan.
Una cosa no elimina la otra. Sería necio decir que, con solo la Biblia, no necesito nada más. Por supuesto que lo necesitamos. Porque, cuando uno tiene los conceptos bíblicos y luego, a través de la ciencia, descubre cosas que confirman la palabra, eso fortalece la fe. Muchos de los descubrimientos científicos confirman lo que dice la Biblia. Nunca se ha constatado una contradicción entre un descubrimiento científico y la palabra de Dios.
De hecho, tenemos la famosa “tesis del conflicto”. Es una tesis reciente, de fines del siglo XIX, elaborada por dos pensadores —uno británico y otro estadounidense— que fabricaron la idea de que la ciencia y la religión están en constante conflicto. De ahí el nombre: “la tesis del conflicto”. Pero esto no es cierto.
Ciencia y fe han convivido durante siglos. Los grandes científicos de la revolución científica fueron cristianos. ¿Cómo podríamos explicar a científicos como Louis Pasteur, Johannes Kepler, Galileo, Newton, entre otros? Y la lista es inmensa. Incluso, la mayoría de los premios Nobel —alrededor del 70 u 80 %— fueron otorgados a cristianos, ya sean católicos o evangélicos. Además, el fenómeno del ateísmo dentro de la comunidad científica es relativamente reciente, de los últimos 40 o 50 años.
Pero ahora se está revirtiendo. Por ejemplo, el estudio del ADN y su complejidad ha llevado a muchos científicos a reconocer que debe existir un creador. Aunque no lo llamen Dios, dicen: “Tiene que haber una mente detrás de todo esto”.
Aunque no quieran admitir que es Dios, reconocen que debe haber un diseño inteligente. Porque, como usted bien dice, la nada no puede crear nada. Eso es pura lógica, ni siquiera hay que apelar a la fe para entenderlo.
El progresismo, sin embargo, ha tratado de impulsar la idea de que ciencia y religión son un juego de suma cero. Según esta visión, mientras más cosas descubre la ciencia, más arrinconado queda Dios. Esto es absurdo.
Varios de los científicos que hemos mencionado consideraban a Dios como guía. Ellos decían que era un deber humano entender la creación. Santo Tomás de Aquino ya hablaba de esto en el siglo XIII, cuando trató de conciliar fe y razón. Ciencia y religión han convivido durante siglos. No se mezclan, pero se complementan.
Hoy en día, los cristianos son ingenieros, médicos, y profesionales de diversas áreas; están familiarizados con la investigación en sus respectivos campos. Sin embargo, es fundamental que también tengan conocimiento sobre temas filosóficos. Por ejemplo, la concepción de la economía, y las concepciones filosóficas son vitales. Antes de un gobierno o de una postura política, siempre hay una idea detrás.
Un caso fascinante es el de Alejandro Magno, quien tuvo como maestro a Aristóteles desde niño. La mente aristotélica se trasplantó a Alejandro, y este la implementó en su gobierno, lo que cambió el mundo. Aristóteles fue invitado por el rey Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, para entrenarlo y capacitarlo en ética y lógica durante siete años. Alejandro Magno, luego, conquistaría Persia, Grecia y Atenas. Incluso, Aristóteles tuvo que abandonar Atenas debido a un fuerte sentimiento antimacedonio tras la muerte de Alejandro.
¿De qué manera el conocimiento nos vuelve virtuosos?
Es una reflexión que muchos filósofos precristianos, como Platón y Aristóteles, ya planteaban. Aunque tuvieran posturas distintas sobre el conocimiento, ambos coincidían en que el tránsito hacia la verdad debe ser virtuoso.
La virtud es una cualidad, y los cristianos debemos aspirar a ella. Hay músicos virtuosos, personas diestras en diversos campos, y el cristiano también debe buscar la virtud, la excelencia, la elevación del espíritu.
El conocimiento, por ejemplo, en temas como la economía o la ciencia, es esencial. Sans Segarra plantea temas interesantes desde una perspectiva cristiana. Habla sobre los encuentros cercanos con la muerte y expone debates en la comunidad científica entre fisicalistas y dualistas.
Los fisicalistas argumentan que todo está en el cerebro, que no existe el alma; mientras que los dualistas afirman que sí hay alma. Sharon Dirckx, una neuróloga inglesa, a través de investigaciones, demostró que hay una diferencia entre el cerebro, que es biológico, y la mente, que trasciende lo físico.
Por ejemplo, aunque nuestros sentidos pueden percibir el sabor de un café, la mente evalúa cuál es mejor. Es decir, hay algo más allá de lo físico que nos permite distinguir. Esto confirma que debemos desarrollar nuestra mente. La virtud, en ese sentido, es trascender, no quedarte donde estás.
Y esa capacidad de trascender se relaciona con lo que mencionábamos antes: la física cuántica, que nos lleva a las partes más ínfimas y mínimas de la realidad.
Tener conocimiento no significa que todos debamos aprender lo mismo. Hay cosas que nos interesarán más que otras. Por ejemplo, yo estaría negado para la física cuántica, así que giro mis talentos hacia la filosofía y la política. Otra persona encontrará valor en áreas como la ingeniería o la medicina. Pero lo importante, a pesar de que cada uno tenga talentos específicos para ciertos campos, es que no dejemos de «ver el bosque». El problema es que, como quizás lo habrá notado usted también, la ciencia ha tendido hacia una especialización extrema. Nos hemos vuelto microexpertos.
Está bien ser experto en un tema, pero deberíamos hacer un esfuerzo por tener al menos nociones básicas de otros campos. Por ejemplo, si a alguien le gusta la filosofía, que aprenda un poco, aunque no se convierta en experto. Eso le permitirá tener una visión más amplia y entender el panorama general.
El fisicalismo es básicamente la afirmación del materialismo: la idea de que los seres humanos somos solo materia, que nuestras emociones, sentimientos y fe pueden ser reducidos a procesos materiales. Eso, además de ser un absurdo completo, es completamente anticientífico.
Sharon Dirckx, por ejemplo, a través de sus investigaciones, documentó casos de personas clínicamente muertas —con muerte cerebral y física— que luego despertaron. Una joven estuvo cinco meses en ese estado, y al despertar, recordaba todo: las conversaciones entre los médicos, las decisiones que se tomaron mientras estaba inconsciente. Ella les relató exactamente lo que se había hablado, y los médicos quedaron asombrados. Esto fue documentado, y demuestra que no somos solo materia. Esto es algo científico, porque apela a la observación y al registro del comportamiento humano.
La ciencia, además, tiene límites. Se ha instalado esta idea progresista de que la ciencia puede resolver todas las verdades, y que por tanto, Dios ya no es necesario. Según ellos, recurrir a Dios es retrógrado, medieval, y una creencia en fantasías.
Es una narrativa muy dañina, sobre todo para los jóvenes. Pero aquí está el problema: la ciencia no puede responder a todas las preguntas.
«¿De dónde vengo?», «¿Cuál es mi propósito en este mundo?», «¿A dónde voy?» o «¿Cómo puedo ser un mejor padre, hermano o ciudadano?» no pueden ser respondidas por el método científico.
La ciencia no plantea todas las preguntas, y menos aún puede ofrecer respuestas a cuestiones metafísicas, éticas o existenciales. Además, incluso dentro de la astronomía, los mismos científicos reconocen que hay cosas como la materia oscura. Saben que existe, pero no saben qué es. Si no pueden medirla, calcularla o analizarla matemáticamente, no tienen una respuesta. Con la física cuántica ocurre algo similar. Por ejemplo, el famoso experimento de disparar un electrón hacia una placa con múltiples orificios. El electrón pasa por todos los orificios al mismo tiempo. Eso es incomprensible desde una perspectiva lógica o clásica.
Esto nos lleva a algo fundamental: la ciencia tampoco aporta un compás moral. No nos dice si algo es bueno o malo; eso pertenece al ámbito de la ética, no de la ciencia. Uno puede fundamentar éticamente la ciencia, pero no se puede fundamentar científicamente la ética.
En cuanto a la moralidad, para nosotros, como cristianos, esta tiene una base: la fe y la creencia en Dios.
Si aterrizamos en la Biblia, lo que Dios dice es nuestra base, nuestro cimiento. Es nuestro punto de referencia para definir lo bueno y lo malo. Sin esta base, todo sería relativo.
La Biblia lo advierte: “¡Ay de aquellos que a lo bueno llaman malo, y a lo malo llaman bueno!”
Eso es clave. Como cristianos, tenemos un norte, una base sólida. No podemos definir a una persona ni sus actos según nuestro criterio personal, sino según lo que enseña la Biblia.
Por eso el conocimiento de la palabra es fundamental. Y esto también conecta con el libro de Max Weber, La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Weber menciona cómo los movimientos puritanos y pietistas establecieron códigos éticos muy rigurosos en sus comunidades. Ellos entendían que la moralidad y la responsabilidad personal eran esenciales, incluso en cuestiones económicas. Por ejemplo, decía: “¿Cómo podría alguien confiar dinero a una persona que vive de manera licenciosa?”. Estas comunidades tenían círculos cerrados, donde la confianza se basaba en la ética y en los valores compartidos.
La ética, para nosotros, es fundamental. Un mundo sin ética ni moral no es nada. Eso es precisamente lo que los progresistas tratan de derrumbar: las bases éticas y morales que sostienen a la sociedad. Por ejemplo, cuando dicen que ya no hay hombre ni mujer, ni siquiera niños, están eliminando las categorías esenciales del ser humano. Si no hay hombre, mujer ni niño, entonces no hay ética. Se deshumaniza todo, y el ser humano es reducido a un objeto. Ese es el peligro del progresismo, altamente nocivo.
La Biblia nos aporta guías, verdades y un compás moral. Es también un complemento a la ciencia, porque la ciencia no nos dice cómo actuar moralmente ni responde preguntas éticas. Estas respuestas provienen de la ética, la metafísica y, en nuestro caso, de la fe.
También debemos considerar la tecnología como un elemento importante en esta discusión. Participamos activamente de la tecnología; lo que estamos haciendo ahora mismo es posible gracias a ella. Sin embargo, esta noción de un hombre que solo cree en la ciencia, rechaza lo trascendental o espiritual, y se ve a sí mismo como algo mejorable tecnológicamente, ha llevado a algunos a pensar que pueden jubilar a Dios.
Esta idea de transición del homo sapiens al homo deus, donde se promete un paraíso terrenal a través de la edición genética, la inteligencia artificial, la nanotecnología y la robótica, es un engaño. La historia ha demostrado que estas promesas son falsas. Siempre ha sido así. El hombre ha querido jugar a ser Dios desde el principio. Lo vemos en la Biblia y en la historia. Los emperadores romanos, por ejemplo, se hacían llamar «divinos». El hombre, en la medida en que alcanza logros o avances, tiende a decir: «Ya no necesito a Dios».
Sin embargo, el ser humano tiene un componente emocional que, en estos últimos tiempos, está muy afectado. Cada vez hay más personas con problemas psicológicos, psiquiátricos, depresión y ansiedad. Tarde o temprano, esto traerá un desmoronamiento social que nos afectará a todos.
Si hablamos de ética, el concepto de amor es clave. Jesús lo definió claramente: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Este modelo de amor parte del cuidado personal; tú te amas cuando cuidas tu salud, tu bienestar y tu vida. Del mismo modo, debes cuidar y amar a los demás. Este es un punto fundamental porque la ética cristiana siempre se orienta hacia el prójimo. En contraste, lo que predomina en estos tiempos es una perspectiva utilitarista, que rechaza o minimiza la idea cristiana de servir al prójimo.
La vocación cristiana implica un desprendimiento del «yo» para mirar al «tú» y al «ellos». Cuando tomamos decisiones morales, algo será bueno o malo en la medida en que no solo me beneficie a mí, sino que también beneficie al prójimo. Jesús lo explica de manera lógica y sencilla: tú te amas a ti mismo, te cuidas y buscas tu bienestar. Eso no es egoísmo, es algo natural. De la misma forma, debes cuidar y amar a los demás. ¿Cómo vas a hacer feliz a otro si tú no eres feliz?
La autoestima es fundamental. Pero también debemos recordar que la ética cristiana no se basa en la complacencia personal, sino en la capacidad de trascender para servir y amar al prójimo.¿Cómo vas a ser feliz a otro si tú no eres feliz? Exactamente, la autoestima es un tema importantísimo. Pero, ¿qué ha pasado con esta visión cientificista, activista y utilitarista que hemos discutido? Se ha vendido la idea de que lo útil es lo bueno. Si algo es útil, entonces es bueno; si algo es placentero, también es bueno. Este utilitarismo hedonista está promoviendo una visión distorsionada de la moralidad.
Por ejemplo, ahora a las chicas se les dice: “Abre tu cuenta de OnlyFans, ganarás mucho dinero, aunque sea al costo de tu dignidad y la de tu familia”. A los jóvenes se les dice: “Drogáte, porque es fantástico; es tu cuerpo, tu decisión”. También se les incentiva a tener sexo sin responsabilidad, bajo la premisa de que “no le están haciendo daño a nadie”.
Esto promueve una cultura utilitarista orientada al hedonismo, donde lo importante es el placer y el beneficio personal inmediato, sin considerar las consecuencias para otros. El problema con esta visión es que deja de lado la consideración hacia la segunda o tercera persona, y se centra únicamente en la primera. Lo que es bueno deja de estar definido por su capacidad de servir al prójimo y pasa a estar determinado por cuánto placer o utilidad genera para mí.
Esto ha generado una sociedad, especialmente entre los jóvenes, que es más egoísta, socialmente disfuncional y carente de consideración por los demás. Por ejemplo, hacia los ancianos, quienes ahora son vistos como “inútiles” o como una carga. Esto recuerda a las ideas de Hitler, quien promovía la eliminación de los ancianos, los homosexuales, los enfermos y todos aquellos que consideraba “improductivos”. Es un pensamiento peligrosamente deshumanizador.
Y aquí es donde entra el poder del conocimiento, que nos permite analizar y llegar a estos razonamientos. La gente puede decir: “Ah, ahora lo entiendo”. Por eso es tan importante manejar lenguajes filosóficos, políticos, económicos y científicos. Mientras más completo sea nuestro arsenal de conocimientos, y mientras podamos complementarlo con nuestra fe, tendremos una herramienta indestructible, poderosa y menos vulnerable a la manipulación. Porque el problema con estas políticas utilitaristas es que manipulan. Los progresistas, por ejemplo, manipulan a los homosexuales, no porque realmente les importen, sino porque los usan para sus propios intereses políticos. Esto es perverso. El utilitarismo, tal como se está promoviendo hoy, es profundamente dañino.
Se está levantando una nueva generación interesada en el conocimiento. Esto es muy positivo. Trascender significa ser de ayuda para nuestro país, no solo en el aspecto espiritual, sino también en lo social, político y cultural.
Todo pasa por conocer y difundir. Jesús lo dijo: “Vayan y prediquen el evangelio”. En la medida en que uno se enriquece con conocimientos, puede ayudar a otros. Si no sabes, también puedes ser manipulado. ¿Cómo puedes advertir a alguien que está yendo al abismo si tú no sabes hacia dónde se dirige?
¿Por qué los dueños de grandes corporaciones, artistas renombrados y personas con tanto dinero apoyan estas políticas progresistas? La respuesta está en la utopía. Les han vendido la idea de una sociedad ideal, un paraíso terrenal, pero es una mentira. Ya se ha intentado antes, y nunca ha funcionado. Los paraísos comunistas de la Unión Soviética y China fracasaron, al igual que el paraíso de la razón promovido durante la Revolución Francesa. Esa obsesión con la razón, descartando la fe y las creencias, llevó a una masacre. ¿Cuántos murieron decapitados en la revolución? Fue una locura. Incluso se cuenta que en la Plaza de la Bastilla, donde se realizaban estas ejecuciones, la cantidad de sangre derramada hacía que el olor fuese insoportable. Las propiedades de la zona perdieron tanto valor que muchos negocios quebraron. Es increíble el daño que se hizo.
No todos los líderes —sean religiosos, políticos o empresariales— comprenden la importancia del conocimiento. Parte de por qué nos ha ido tan mal como país es porque hemos prescindido no solo de la fe, sino también del saber.
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